Parece que el destino se ha empeñado en que yo no publique este diario. Primero, dejé la libreta donde estaba escrito, abandonada en un teléfono público de Miraflores. Volví a reescribirlo y en el momento en que estaba listo, cuando podía hacerse real, me robaron la cámara con las fotos del Colca descansando en su interior. Acobardada me decidí a olvidarlo... pero no me dejaba en paz, parece que quería salirse fuera... Me decidí a sacarlo sin fotos, el diario estaba escrito en base a ellas, pero mis fotos ya no están... espero que algo de mis palabras remita a esas imágenes que ya no están... pero que sin embargo se resisten a desaparecer del todo.
El Valle del Colca
Cuando comencé a recolectar información para el viaje siempre que se mencionaba a Arequipa, inevitablemente era en relación con el Valle o el Cañón del Colca. No sabía bien que me podía encontrar en este lugar pero las palabras eran prometedoras y en mi estancia por Arequipa sería un crimen si pasaba por alto este tan famoso lugar.
Me despedí de Arequipa, de sus plazas, iglesias, blancas construcciones de piedra sillar, de su enjambre de ticos (taxis) que inundan las calles convirtiéndolas en ríos amarillos y fundamentalmente de la postal de la ciudad desde el Puente Bolognesi con el Misti de fondo como un gigante dormido.
En el mismo Hostel Arequipay Backpackers le pedí a Evelyn que contratara la excursión de dos días que cuesta en casi todas la agencias alrededor de 20 dólares, y me entregué a la travesía por el tan nombrado valle. Confieso, no sé por que, sin demasiadas expectativas.
Comenzamos el tour con la descripción de la zona: Arequipa está en medio de un desierto costero, se la llama la "Ciudad Blanca" por su construcción en sillar y también se la conoce como la ciudad de los Volcanes, con el Misti, el Chachani, el Pichu Pichu y el Ampato como los más importantes. En este último fué encontrada la momia Juanita, congelada y en excelente estado de conservación.
Pasamos por la Reserva Nacional Aguada Blanca, que fué creada por el gobiernos con el fín de proteger a los camélidos andinos. La guía María Eugenia, habló largo rato sobre ellos y tratamos de establecer la diferencias: Las vicuñas tienen el el cuello largo y fino y un caminar elegante. Su pelo es el más caro del mundo y es muy corto. Las llamas tienen la espalda recta y el cuello erguido. Las alpacas son parecidas a los camellos. Su cuello apunta hacia abajo y su espalda es como una joroba. Tienen el pelo más largo El guanaco tira las orejas para atrás, escupe y la escupida mancha la piel. Las únicas que se domesticaron fueron las llamas y las alpacas. Bajamos a mirarlas de cerca y sacarles fotos.
El campo de los deseos
En Patapampa, llegamos al punto más alto del recorrido, la guía, explicó la costumbre de mascar hojas de coca y recomendó que la probarámos para contrarrestar los efectos de la altura. En este lugar hay campos de apachetas, pilas de piedras que originalmente eran ofrendas a los Apus, pero hoy día se las levantaba para pedir deseos. Bajamos y luego de fotografiar algunas, me dediqué a recoger las mejores piedras para que mi apacheta sea lo más fuerte posible. Levanté mi "estrella fugaz" y sólo le pedí encontrar mi destino. Cuando subimos al colectivo pude observar el campo de apachetas en toda su extensión. Increíble que unas simples pilas de piedras formen un gran campo de anhelos y sueños.
Cuando por fín entramos al Valle, pude ver maravillada un enorme oasis de verdes, amarillos y agua en medio del desierto. Pastores, vacas, burros, pequeñas cascadas, flores, montañas, quebradas y cielo. Siempre pensé que los paisajes bucólicos eran exclusivos de los cuadros y las postales, pero ahora lo estaba viendo en vivo y en directo y con mis propios ojos. En este valle hay numerosos pueblitos que parecen detenidos en el tiempo, dedicados a la producción de cereales, animales y frutas. Se puede admirar el sistema de terrazas de cultivo que se remonta a los tiempos incas, como un inmenso rompecabezas de verdes, marrones y amarillos. La entrada a la Reserva del Colca cuesta 35 soles.
Chivay
Llegamos a nuestro pueblo, Chivay. Una parte del tour se quedaría aquí y otra iría para el pueblo de Yanque. Hora de comer. La guía propuso un buffet de 15 y otro de 20 soles. Pregunté si había otra opción y sin demasiada energía me contestó que el mercado podría ser u otros lugares. Un grupo formado por padre e hija argentinos y una gallega pasaron a mi lado y me dijeron: ¿vámos al mercado? Vamos. Elegimos un puesto en el que servían un tentador pastel de papas, huevo y queso, truchas, carne de alpaca y nos sentamos frente a unos suculentos platazos. Grande nuestra sorpresa cuando vimos llegar a los del tour uno atrás de otro y enseguida ocupar todas las mesas del mercado. Comimos por 4 y 6 soles con gaseosa incluída. El buffet terminó en un fracaso.
Con los estómagos llenos partimos para nuestros hoteles. El siguiente programa serían las Termas de la Calera. En el hotel me bañé y decidí que no iría a las termas, aprovecharía para recorrer Chivay con mi cámara en la mano. Como una alumna que siempre contradice al profesor, le dije a María Eugenia que no iba a la Calera; frunció el ceño y me dijo que a las 7 nos encontrábamos para comer.
Caminando Chivay
Ni bien empecé el paseo, Chivay se convirtió en miles de postales y yo estaba dispuesta a capturarlas a todas:
Un pastor con gorra azul, balde amarillo con pasto y un manto roja en su espalda, camina por una callecita detrás de sus vacas.
Una cruz enorme dibujada en el pasto de una montaña como fondo del pueblo.
La plaza principal y su bonita y blanca iglesia. Enfrente, en un portal, una nena mirando a los que pasan.
Un metálico angelito juega al carnaval. Chorros de agua en la fuente de la plaza.
Un negocio azul y oro que invita a una Inka Cola y recuerda a una bandera de Boca Juniors.
Un callejón y grupo de chicos jugando a la bolita. Discute. Se mueven. Observan. Toda una cuestión de estado.
Una calle con una fila de taxis triciclos estacionados. Uno de los dueños me grita: la foto del mío vale un dólar!!!. Es muy caro le digo, y sigo.
Una callejuela periférica. Mucho verde. Muchos árboles. Al costado un río. Una señora sale de su casa. Que lindo es esto!! le digo. Sí, muy lindo, me dice y entra al verde. Va al baño.
Un cementerio con el hermoso fondo de montañas. Gante con baldes y flores. Me asomo y saco fotos.
Rosa y Roxana, sentadas en la vereda. Danos algo. Les doy una moneda. ¿Qué se van a comprar? Lápices. ¿Les gusta dibujar? Les saco una foto. Veo sus caritas asombradas mirando la pantalla de mi cámara.
Cuatro burros cruzando la calle. Un chico con su mochila vuelve de la escuela.
Comida y bailes típicos
El programa nocturno consistía en una cena show en un restaurant turístico. Sin demasiado entusiasmo me preparé para ir; si me quedaba iba a confirmar mi fama de contreras. Pedimos la comida. De fondo un grupo de hermanos tocando música autóctona. La diversión empezó con la pareja de baile; dos jovencitos, ella altiva y orgullosa, él tímido y gracioso. Empezaron con el Baile del Amor, donde el lleva su cara cubierta para engañar al padre de la novia. Luego vino un baile que representaba una enfermedad; con una fruta aparentemente envenada, con caída al piso, convulsiones y latigazos para entrar en razón. El baile de ofrendas a la tierra, la Pachamama y otro más de ciudad originario de Arequipa. Lo cómico de todo esto fué la participación de todos nosotros en los distintos bailes, que terminaron en una gran ronda por todo el salón, con risas de fondo y las caras cómplices de los bailarines. El final fué con cumbia. Y a dormir. Fué toda una fiesta: la danza, la música y los bellos trajes bordados integramente.
Tumbas y cóndores
A la mañana siguiente nos levantamos muy temprano: iríamos al Mirador La Cruz del Cóndor en el Cañón propiamente dicho a ver el vuelo de estas aves. Los cóndores viven en las paredes del cañón y sólo salen a buscar comida y preferentemente cuando está soleado, porque se dejan llevar por las corrientes de aire caliente. Sólo en estas condiciones los veríamos.
En el camino pasamos por las tumbas colgantes de tiempos incas. Obstinadamente excavadas en la alta y empinada pared de la montaña. Parece imposible que estos hombres antiguos se tomaran tales trabajo para que sus muertos estuvieran más cerca de los dioses.
Llegamos al Cañón. Bajamos muy abrigados. La mañana estaba muy fresca. Caminamos por una vereda que bordeaba el Cañón. Media hora aproximadamente hasta el mirador. Nos íbamos desprendiendo de los abrigos en el trayecto. Tal vez tengamos suerte. Antes de llegar una pareja de cóndores pasó planeando muy rápido. Sobrevolaban muy cerca de nuestras cabezas expectantes y desaparecían. Al rato aparecían otros, nosotros todos esperando, con las cámaras encendidas tratando de obtener la mejor toma. Y ellos ofreciendo el espectáculo de su vuelo indiferentes a la multitud de cámaras y cabezas. Increíble regalo de la naturaleza.
Volvimos nuevamente a Chivay pero por otro camino. Hora de comer, parada obligatoria en el mercado. El micro nos esperaba en la plaza donde una mujer con sus hijos daban leche en mamaderas a tres alpacas bebés. Postal de despedida. Paramos en el pueblo de Cabanaconde, donde al lado de la iglesia, vecinos con sus trajes típicos posan con sus halcones ofreciendo fotos a los turistas.
Antiguamente colcas eran recipientes donde se guardaban los productos de la tierra. Yo digo que el Colca es el Valle que guarda los sueños.
Despedida de Arequipa y Johny
Una noche más en Arequipa y a Lima. A sacar pasaje: fuí a la terminal en taxi y volví en colectivo. Me faltaba conocer el mercado; iba a recorrer y a comprar algo para comer. Al mercado entonces, por calle Consuelo. Mirando panes y frutas, un chico me ofrece sus pulseras hechas en macramé. No puedo comprar le digo. Me ofrece sus servicios como guía. Está estudiando. Me dá su mail; dígale a sus amigos. Me pregunta que hago, a que me dedico. Dibujo y pinto. Se le enciende la lamparita. Luego de un rato me convence de ir hasta el hostel que está preparando su hermana para aconsejarlo sobre las pinturas de las paredes. Quieren pintar imágenes: a los turistas les gusta, me dice.
Llegamos, un rato largo discutiendo sobre colores, motivos y procedimientos. ¿Qué color pondrías acá? le pregunto. Es muy inteligente; saca sus pulseras y las observa: pondría un lila. Me despido de su hermana Carla que me ofrece quedarme con ellos ayudándolos. Johny quiere devolverme el favor mostrándome su ciudad... es tarde.. estoy apurada... pero es obstinado y se sale con la suya. Caminamos por el Puente Grau, me habla de las piedras y los árboles. Seguimos hacia el Mirador de Yanahuara. Paramos en un puesto donde un mujer fríe "picarones", unos buñuelos con anís y almíbar, me invita y luego yo pago unas gaseosas. Luego miramos la ciudad desde arriba. Después sentados en los Claustros de la Compañía me habla de los Incas y el orígen de Arequipa. Me tengo que ir. Me despido de Johny; ha sido muy lindo encontrarlo. Prometo escribirle para ver como va el tema de las pinturas. Y ahora sé que nunca lo haré. Dejé la libretita en un teléfono, con el mail de mi amigo y la primera versión de este diario.
Cuantas cosas perdidas. Cuantas cosas que nunca se perderán.
martes, 18 de mayo de 2010
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