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lunes, 3 de mayo de 2010

UN DESPERTAR Y DE NUEVO AL SUEÑO

Juicios previos

De este sitio solo sé que tiene un lindo nombre, como de comarca idilíca. Solo sé que se ve en las fotos como una postal trabajada con photoshop. De este pueblo sé que es el destino casi obligado para quienes visitan Jujuy. Sé que nadie diría que es feo. Sé que en el mapa se forma una V desde San Salvador. Una va hacia ahí, la otra pata va a Tilcara. De este lugar sé que hay 45 minutos desde la capital. Sé que es la primer parada de mi viaje.


Una realidad oscura
Mi primer encuentro o encontronazo con la comarca bucólica se da en pleno carnaval. Noche cerrada que no permite adivinar coloridas vistas, solo deslizarse por las calles con mínimas nociones de derecha-izquierda, hombre-mujer, entalcado, tambaleante, ladrillo-árbol.
La circunstancia de noche festiva es perfecta, pero no para mí en ese momento. Casas de familia y hostels completos, posibles informantes ebrios y precios exhorbitantes para mí, mujer sola en noche cerrada de carnaval con mochila-karma y demás bártulos.
La primera impresión me dejó un poco deprimida, con mis euforias y positivismos por el suelo, pero el mal no dura 100 años y al final de una larga calle encontré una hostería que tenía una cama por 35 $. Adentro.




Despertando los colores
Los inicios me resultan complicados, sin duda. Pero que bien sale todo después. Me desperté temprano, nadie levantado todavía. Me asomé afuera. Uffff, dudé de haberme despertado, porque enseguida entré en el sueño.
Mejor lugar no podía haber elegido en la noche, con una dudosa orientación de murciélago.
Rodeada de montañas todavía cubiertas con la bruma de la noche, los colores aún pálidos, pero despertando del negro. Me sorprendió el sonido del silencio. El sonido del silencio mezclado con el de algún pájaro, con el de los árboles. El sonido del mundo que todavía no es.
Ansiosa, dudaba si tomar el mate afuera, en ese entorno perfecto. O lo tomaba dentro porque hacía mucho frío. O lo tomaba rápido para salir por ahí. O no lo tomaba ahora y lo dejaba para después. Mi ansiedad en los viajes es notoria.

En el camino se va develando Purmamarca


Cuando no hay nadie en las calles es que mejor se conocen los lugares.

Los banderines de vereda a vereda nos hablan del carnaval que fue, es y será en estos lugares andinos. Los colores de los triángulos me remiten a los de las montañas que se van limpiando de bruma.


En información turística a grandes trazos "que se puede hacer en" :
Plaza
Feria Artesanal
Iglesia
Los Colorados
Primera pista sobre Susques

Esa mujer riega su vereda con esmero en una mañana en la que no ha asomado el sol. Me alejo de ella, la miro hacer. Me alejo más y ella se hace parte del paisaje, la vereda, su casa, los cerros de colores, el cielo azul, las nubes. De nuevo la sensación de que lo ordinario y lo sublime son la misma cosa.

Ropa húmeda colgando de cordeles insertos en esos cerros, esos colores. Siento su olor a ropa de amanecer. Aspiro hondo y sigo caminando.

Un cementario en las montañas es un cementerio de altura. Las cruces rozan las nubes, las almas ascienden más alto. Me maravillan las flores de papel. Esa mezcla perfecta de simplicidad y elegancia.


Los feriantes empiezan despacio a armar los puestos en torno a la plaza. Bostezan, los ojos chicos, el aire fresco.

La Iglesia permanece limpia tras los arcos también blancos. Las campanas inmóviles. Los bancos firmes, los santos todos en su lugar.

El mundo empieza a ser mundo y sucede mi verdadero encuentro. Ya libre de preconceptos y a plena luz, casi sin testigos.

Apreciaciones finales

En Purmamarca no corre mi ley de la belleza no es fácil. Ahí la belleza brota del centro de la tierra, se extiende en colores y texturas por los cuatro puntos cardinales. No hay que hacer nada para que ella venga, ni siquiera ir a buscarla. Hay belleza de sobra y para rato.
En Purmamarca el turismo se ha desbordado, me da la sensación de que está de moda. Hay en este lugar más extraños que locales. En horas de luz la feria de la plaza estalla en compradores. Se nota mucha construcción, nuevas habitaciones, nuevos albergues. Sin embargo dicen que es difícil para alguien instalarse ahí, el paseante golondrina deja más réditos. Si nos alejamos de las calles principales, subimos las cuestas, nos metemos en un comedor local, ahí nos acercamos si quiera un poco a la idiosincracia de la bella comarca. Si no lo hacemos acaso nos parecería una enorme escenografía de la belleza ideal, una gran obra que siempre tiene las butacas llenas.

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