Todos conocemos o intuimos las bondades de los museos: albergar obras de gran valor artístico, mostrar un período histórico, exhibir las producciones de determinada región o país, resguardar o restaurar importantes patrimonios. Están organizados para mostrarnos en un breve lapso y de forma muy eficiente colecciones muy grandes.
Pero… (siempre existe un pero) estas eficaces instituciones a veces nos dejan la impresión de ser una mera acumulación, siempre agradable al ojo, de objetos bellos arrancados de su contexto de creación, ordenados y catalogados de todas las formas posibles, estancados en vitrinas de vidrio helado. Como góndolas de un supermercado en el que no se puede comprar, no se puede tocar, sólo y nada más que mirar.
Por suerte en los últimos tiempos ha cambiado mucho esta mentalidad de museo positivista, especies de mausoleos de conocimiento, donde se privilegia la acumulación y la lejanía con el que observa. Casi como mirar una sustancia a través del microscopio.
Y, estos espacios de arte, ciencia e historia se han hecho más accesibles a nosotros, los que los visitamos.
Desde museos donde la consigna es tocar, a sitios donde se exhiben las pequeñas historias, el arte popular, los coleccionismos “kitsch”, o las casas de los artistas.
Me referiré a dos Casas Museos que pude con mucho agrado visitar en la Quebrada de Humahuaca.
Casa Museo José Antonio Terry
Frente a la Plaza Principal de Tilcara se encuentra esta casa que ha sido declarada Patrimonio Histórico Nacional.
Recorriendo sus múltiples habitaciones fui observando con atención vida y obra de este artista porteño, sordo, afincado en Tilcara y enamorado de los colores de la Quebrada.
Autorretratos, pinturas de su mujer e hijas en la primera habitación (modelos más cercanos del artista), magníficas pinturas de personajes típicos, como el Tuerto del Pucará, una familia coya en las montañas, los vendedores ambulantes en las calles de tierra.
También pude ver a los personajes de la idiosincrasia porteña, la tomadora de mate, el inmigrante y otros retratos realizados en sus viajes por Europa. Terry fue considerado un “pintor viajero”, afecto a los usos y costumbre de lugar donde pasaba.
A partir de ese momento me acompaña en el recorrido la encargada del Museo, que al notar mi interés comienza a contarme anécdotas de la vida del artista, de sus viajes, de su llegada a Jujuy.
Junto con las obras y respetando la función original de las habitaciones, puedo apreciar los objetos de uso personal de Terry, colocados estratégicamente, casi como si el lugar fuera todavía habitado: el teléfono grande y pesado que escuchaba su voz, la cama donde descansó en algunas de las tantas siestas norteñas, los solemnes retratos familiares de las mesas de luz, el espejo, la valija, la vida de todos los días de un artista.
Los artistas que pintaron los paisajes de quebradeños también tienen su lugar en una de las salas de José Antonio, y más atrás, al fondo de la enorme casa colonial, cruzando el patio que alguna vez tuvo aljibe, una sala de arte contemporáneo.
Es una sala de exposiciones temporarias para artistas que trabajan una estética ligada al arte andino.
Me pareció muy bueno que el Museo no se quede en el pasado, que apueste desde este lugar a la producción de los artistas jóvenes.
Empiezo a marcharme pensando en la variedad y calidad del Museo, cuando la encargada
me señala una escalera.
Falta el atelier, dice… subo tras la parejita que anduvo delante de mí en el recorrido y respiro de alivio al llegar (torturas de la altura).
Su lugar de trabajo me conmovió más que ninguna otra cosa: ahí estaban desparramados los pinceles, la paleta con los colores, los bastidores. Casi como esperando que el artista llegara y se pusiera a trabajar.
Imagino a la mujer de la pintura, esa del vestido rojo, cambiarse tras el biombo para comenzar la sesión. El vestido rojo tras un vidrio, me dice todo lo que necesito saber.
El sofá donde se recostó la hermosa mujer del desnudo y el mate en la mano, es un testigo clave de esas carnes rosadas.
Objetos personales, preciados, íntimos, nos miran desde rincones varios. Sabemos que aquí hubo arte y hubo vida.
Me voy yendo de Tilcara. En Humahuaca me cercará la lluvia y conoceré en su propia casa al hijo de otro artista.
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