Últimamente ramalazos de la cultura oriental toda han estado entrando en mi vida en forma de influyentes ráfagas y oleadas. El milenario I-Ching, libro de los cambios; con sus ciclos de quietud, movimiento, desborde y ese deseo de dejarse fluir como las aguas de la existencia, las estampas japonesas ("La Gran Ola" poderoso grabado de Ando Hiroshige), imágenes de durazneros, dragones y samurais. Cuestión es que tanta orientalidad ambiente motivó un acercamiento hacia esta cultura.
Solución: Pasaje en avión al Lejano Oriente; varios miles de euros que no tengo y un tiempo precioso que también escasea. Imposible.
Plan B: Tren Metropolitano La Plata- Buenos Aires; 2,50 $ ida y vuelta. Subte línea C y combinación con línea D; 1,40. Una cámara y muchas ganas orientales.
El barrio chino
Este pintoresco rinconcito existe en el coqueto barrio de Belgrano, en la zona norte de la Capital Federal. Se puede llegar en la línea D del subterráneo, bajando en la estación Juramento y caminando 5 cuadras aproximadamente por la avenida que lleva el mismo nombre, hasta encontrar y cruzar las vías del tren y toparse con la calle Arribeños. El barrio comercial ocupa tal vez dos manzanas y sus calles aledañas: Montañeses, Mendoza, Olazábal y la nombrada Arribeños. El lugar me pareció muy tranquilo a pesar del movimiento continuo, al menos por el mediodía y primeras horas de la tarde. En sus veredas y calles deambulan personas de esta cultura junto con forasteros y turistas; que como yo; van al encuentro de ojos rasgados, objetos mágicos y menúes exóticos.
Fotos y souvenirs
Comencé recorriendo los locales de objetos típicos y pretendiendo capturar con mi cámara todo lo que me causara admiración. Por supuesto preguntando amigablemente si me dejaban hacerlo. La primera reacción fue una mirada de extrañeza y desconfianza; pero luego ante un movimiento de cabeza que sonaba a algo así como: adelante..., me abandoné enfocando budas sonrientes y rebosantes, lámparas multicolores cual globos que se escaparon, mariposas, gatos de la suerte tipo animeé, kimonos y sapos. Pasado un rato las caras de los vendedores me comunicaron que las fotografías no eran lo que más les gustaba, así es que decidí en adelante ser más sutil y esperar la oportunidad.
Así entre peces articulados, dragones con su aliento cósmico, palitos, pinceles milenarios y masajeadores, compramos regalos para la familia y los amigos: todo para la buena fortuna, todo para la abundancia, la prosperidad y las relaciones equilibradas (evidentemente los ritos para mantener viva la fé son comunes a todas la culturas) Muy gracioso de ver los papa noeles con sus barbas y pieles junto al panteón de deidades orientales, y siempre muy interesante el mestizaje de las culturas disímiles.
La foto que me perdí
En la puerta de una peluquería llamada "Estrella" hay una nenita de 5 años tal vez, con su sedoso pelo negro y sus ojitos rasgados en medio de una carita preciosa. Una muñeca china con su vestidito blanco de flores rojas, puntillas, lazos y volados. Está congelada como en un cuadro, sonriendo hacia todo lo que pasa por la calle, quizás viendo algo que nadie percibe... Cuando logro sacar y encender la cámara, ella se está yendo de la mano de su mamá; aunque de espaldas intento capturar su imagen... lo único que consigo son las luces traseras de un auto. Algo así como una estrella fugaz... un destello de belleza que no se puede atrapar... Una lástima... si hubiera logrado esa foto tendría una hermosa síntesis de mi viaje al barrio.
El mercado
Luego de preguntar al vendedor de souvenirs encontramos sobre calle Mendoza el gran supermercado: productos típicos por doquier, tipografías extravagantes, envases con caras sonrientes al estilo animador de TV y una gigantografía de la Muralla China en todo el ancho del súper. Dedicamos largo rato a mirar las góndolas con curiosidad y extrañeza: conservas de bambú, sopa de maní, jugo de jazmín, postre de mandioca, huevas de pescado, navajas, extrañas mutaciones de frutas y verduras... ¿alguna vez podré probar todo esto? En el súper hay un restaurant al paso, una chica oriental y un ejecutivo seguramente argentino comen fideos de arroz salteados con algún tipo de verduras... si no hubiera almorzado ya; de hecho me hubiera sentado con la chica y el ejecutivo (la próxima vez será.)
Una parejita de adolescentes de Belgrano buscan con una lista en la mano los
ingredientes para hacer sushi, que seguro compartirán con sus amigos el fin de semana junto con la anécdota de semejante aventura. Familias chinas, japonesas, tal vez? Quién sabe? pasan con sus carritos repletos, ellos no dudan al tomar los productos de los estantes. Mujeres solas, vegetarianas, naturistas o macrobióticas cargan algunas pocas cosas en sus canastos. Salimos del súper. Al ver un calamar rebalsando sus tentáculos de la balanza que hay en la caja pienso en cuan diferentes somos. En la puerta del mercado hay un puestito en el que dos chicos fríen brochettes de pollo, vaca y cerdo; para quienes realmente gustan o (tienen que comer al paso)
Museo Enrique Larreta
Me entero de que a 4 o 5 cuadras del barrio y justamente volviendo por el camino que ya hice se encuentra esta casa museo, exactamente en el encuentro de calle Juramento y Vuelta de Obligado. Originalmente quinta, en una zona que a principios de siglo XX era lugar de residencias veraniegas y propiedad de Enrique Larreta, escritor, amante de la religión, la historia y el arte, empeñado en recrear en su mansión ambientes españoles góticos y barrocos. Recorriendo las habitaciones pude ver maravillada, retablos de la escuela Sevillana, escenas policromadas de la vida de Cristo, esculturas góticas de caricaturescas proporciones, un San Bartolomé aplastando con su pie a un pequeño diablito, tapices del 1500, armaduras, lanzas y todo tipo de reliquias antiguas. Hay varias obras de artistas famosos, junto a un retrato descomunal de Don Enrique con fondo de la ciudad de Ávila pintado por Ignacio de Zuloaga. Todo esto en medio de una luz tenue, una frescura primigenia y una música al tono que me hicieron retroceder varios siglos en el tiempo. En el interior del museo no permiten sacar fotografías.
El jardín laberinto
Una vez caminadas las habitaciones se abre la puerta al jardín, que más que jardín es un parque. La simulación de un laberinto de verdes y macizos arbustos, pequeños senderitos con campos de hortensias y flores violetas, junto a zonas más salvajes y algunos gatos que asoman de la alfombra verde. Esculturas de artistas reconocidos se mimetizan con la vegetación, un árbol grueso y centenario, y en el cruce de los senderos centrales una fuente custodiada por cuatro sapos (tal vez príncipes esperando el beso salvador.) Gente descansando en los bancos, varios chicos que juegan y parejas sacando fotos. Increíble la aparición de este bosque en medio de tanto frenesí...
El encargado del Museo, con muchas ganas de conversar, nos cuenta anécdotas de los descendientes de Larreta y nos avisa de la existencia del Museo de Escultura de Rogelio Yrurtia a 6 cuadras de éste. (Yrurtia presentó un proyecto de monumento que fue rechazado por su alto costo y en su lugar se levanta el Obelisco) Será para la próxima; le digo, por hoy ya he visto suficiente. Misión cumplida me digo; que excursión tan fructífera! Y con los ojos un poquitos achinados bajo la escalera y de nuevo a la oscuridad del subterráneo.
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